Opinión
La seguridad real: el cambio empieza por la ciudadanía

El occidentalismo, entendido como la hegemonía de una oligarquía global, ha determinado el destino de la multitud. La brutal imbecilidad de un régimen de clases sociales preexistente, sostenido por ideologías discriminatorias y privilegios defendidos con violencia, explica la desigualdad estructural entre los seres humanos. Más allá de las tensiones geopolíticas, el verdadero problema de la humanidad radica en superar las divisiones artificiales y las mentalidades que perpetúan la lógica de este sistema.
La percepción de que Occidente encarna los estándares universales de democracia y derechos humanos se ha convertido en un eufemismo que disfraza la realidad de un juego geopolítico que favorece a unos pocos
La percepción de que Occidente encarna los estándares universales de democracia y derechos humanos se ha convertido en un eufemismo que disfraza la realidad de un juego geopolítico que favorece a unos pocos. La visión de un mundo dividido entre Occidente y no-Occidente no es solo una descripción de fronteras, sino un apartheid global que subraya la desigualdad. Esta racionalidad implica encerrar la voluntad en una jaula de hierro y quebrar las alas del pensamiento libre, limitando la capacidad de imaginar y construir alternativas reales.
La verdadera seguridad de la ciudadanía no se encuentra en las inversiones militares, sino en políticas públicas que atiendan las necesidades sociales y garanticen la seguridad humana. La pandemia de la COVID-19 ha evidenciado la importancia de servicios públicos universales y de calidad, ha demostrado que la protección genuina proviene de garantizar los derechos básicos y las necesidades fundamentales de las personas. En este contexto, la OTAN, lejos de ser solo una organización de defensa colectiva, funciona como una estructura ofensiva costosa que convierte a sus miembros en fuerzas subordinadas a las aventuras imperiales de Estados Unidos. A cambio, participan en el reparto del botín neocolonial, especialmente en África y otras regiones del Sur Global.
El neocolonialismo se manifiesta en la imposición de regímenes favorables a los intereses occidentales, la intervención militar y la explotación de recursos, y perpetua la dependencia y la desigualdad. Esta lógica imperialista, lejos de garantizar la seguridad, genera más inestabilidad, resentimiento y resistencia, bloquea cualquier posibilidad real de transición hacia un modelo internacional más equitativo y sostenible. La crisis de legitimidad y eficacia del orden occidental es ya innegable. La militarización masiva no solo no resuelve las amenazas reales del siglo XXI —desigualdad, crisis climática, migraciones forzadas, erosión de los derechos humanos y de la democracia— sino que las agrava y multiplica.
El cambio no vendrá de arriba, sino que nace de la voluntad y la determinación de las personas
La retórica de la seguridad sirve de cortina de humo para blindar privilegios y justificar la represión de cualquier intento de cambio. Es urgente replantear la lógica del sistema y sus prioridades, y exigir un enfoque basado en la justicia social y la sostenibilidad. La verdadera seguridad no reside en la imposición de voluntades, sino en la construcción de un mundo donde la diversidad se celebre y la tolerancia y el respeto sean los cimientos de una convivencia global armoniosa. Superar las fronteras, tanto físicas como mentales, es esencial para forjar un futuro en que la humanidad se una en la búsqueda común de un mundo más equitativo y pacífico.
Aunque nos quieran hacer creer que no hay solución y que nada puede cambiar, la historia demuestra que la fuerza de la ciudadanía organizada puede transformar realidades. El cambio no vendrá de arriba, sino que nace de la voluntad y la determinación de las personas. Participar en manifestaciones, apoyar iniciativas sociales, firmar y promover peticiones, y respaldar movimientos que reclaman justicia e igualdad son pasos fundamentales. Cada acción, por pequeña que parezca, suma en la construcción de un mundo mejor.
El cambio empieza por nosotras y nosotros mismos, y solo con la implicación colectiva podremos avanzar hacia una sociedad más justa, pacífica y humana. No dejemos que la resignación nos paralice: actuemos, porque el futuro está en nuestras manos.
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