República del Sudán
Sudán, la revolución asediada

Hace dos años comenzaba el proceso revolucionario sudanés que acabó con casi 30 años del régimen de Omar Al-Bashir. La transición hacia la democracia se enfrenta con una coyuntura internacional difícil y la puja entre civiles y militares por el gobierno efectivo del país. 
Manifestación sudán
Las fuerzas de seguridad reprimen con gases lacrimógenos la manifestación del 25 de diciembre en Jartum
19 dic 2020 10:00

El 19 de diciembre de 2018 miles de sudaneses salieron a la calle en respuesta a una decisión del gobierno que ponía en riesgo su supervivencia:  el precio del pan se acababa de multiplicar por tres, en un contexto de austeridad presupuestaria e inflación descontrolada. Al descontento por la situación económica del país le acompañó en seguida la exigencia de que Omar Al-Bashir, al frente de Sudán desde 1989, abandonara el poder. No era la primera vez que la población sudanesa se sublevaba en los últimos años: la pinza entre las políticas de ajuste y un régimen autoritario y represivo no había hecho si no acelerar el descontento con protestas en 2011, 2013 o 2017. Sin embargo esta vez sería distinto.

Hoy, dos años después de aquellas manifestaciones, el pueblo sudanés puede celebrar la caída de Al Bashir, la formación de un gobierno de transición, o la llegada de leyes más garantes. Pero tampoco le faltan las cuestiones a temer: La insistencia de los militares en seguir rigiendo la suerte del país, evidenciada en su dominio unilateral sobre la política exterior, la tensión en la frontera con Etiopía, y una crisis económica agravada por la pandemia y las inundaciones de octubre.

De fondo, la salida de Sudán de la lista de Estados Unidos de países que apoyan el terrorismo, concretada el pasado 14 de diciembre, abre la puerta a cierta integración internacional, pero el peaje pagado genera tensiones dentro del mismo gobierno: implica ser el tercer estado árabe que firma la paz con Israel, tras los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein. Hace dos años, difícilmente podrían imaginar los manifestantes que su revolución condujese a una decisión que despierta rechazo en la población y no ha contado con el respaldo de varios de los partidos del gobierno.

Una revolución inesperada

Las movilizaciones del 19 de diciembre empezaron en Atbara, una ciudad de tradición sindicalista y anticolonial,  primera en sublevarse contra las subidas de precios. Las protestas se fueron extendiendo espontáneamente por varias ciudades, incluida la capital Jartum. Como ya sucediera en las ocasiones anteriores, fueron duramente reprimidas, pero el nivel de hartazgo ante un régimen que se perpetuaba por 30 años y la desesperación por el hambre y la carestía de la vida, hicieron que esta vez la gente mantuviera el pulso.

Mientras los manifestantes resistían la violencia de las fuerzas de seguridad, se articulaba la Alianza por la Libertad y el Cambio, vital para mantener viva la revuelta en las siguientes semanas. Unía colectivos de profesionales articulados en torno la Asociación de Profesionales Sudaneses (SPA), la coalición Llamamiento a Sudán (Nidaa Sudan) que agrupaba al partido histórico Umma, el Partido Sudanés del Congreso (SCP) y el Movimiento Popular de Liberación de Sudán-Norte —brazo político de las tres guerrillas que operaban en Darfur, Kordofán del Sur y Nilo Azul—. Y por último a los sectores de la izquierda secularista unidos en las Fuerzas del Consenso Nacional (NCF). Trabajadores urbanos, jóvenes y mujeres tomaron la vanguardia de la revolución.   

La campaña de desobediencia civil duraría cuatro meses en los que Al Bashir pasó de una postura beligerante —declaró el estado de emergencia el 22 de febrero y disolvió gobierno nacional y regionales sustituyéndolos por mandos militares— a hacer concesiones, apartándose del mando del Partido X. No fue suficiente, tras las masivas movilizaciones del 6 y 7 de abril el propio ejército puso bajo arresto al mandatario el 11 de abril de 2019, nombrando un consejo militar de transición (CMT). Los manifestantes celebraron su éxito, que sucedía a la caída de Buteflika en Argelia, pocos días antes, el 2 de abril, protagonizando ambos países —cuyas primaveras árabes fueron efímeras y duramente reprimidas— una especie de eficaz segunda ola. Pero contaban con el precedente de las resistencias de los regímenes para cambiar en los países de la región. La lucha no había acabado: la sociedad civil exigía al CMT una transición inmediata a un gobierno de carácter civil.

África
Una semana de dolor e incertidumbre para la primavera sudanesa

Del brutal desalojo de la acampada de protesta que forzó la caída del presidente Omar al Bashir a la jornada de huelga general tras siete días de represión y detenciones. La última semana ha puesto en la encrucijada a la revolución democrática sudanesa. 

Dispuestos a no dejar la calle, los manifestantes se quedaron semanas acampados frente al Cuartel General del Ejército en Jartum para presionar en las negociaciones con los militares. El 3 de junio, las Fuerzas de Apoyo Rápido, unidades militares relacionadas con las temibles milicias janjawed de Darfur y que habían adquirido un rol cada vez más importante como cuerpo de seguridad del régimen de Al Bashir, acabaron con la vida de más de cien personas que participaban en la protesta pacífica, en lo que se conocería como la masacre de Jartum. La oposición civil llamaría a una huelga general que duró tres días, hasta que el CMT aceptó liberar presos políticos y las negociaciones recomenzaron.

El 17 de Julio se firma un acuerdo político entre el CMT y las Fuerzas de la Libertad y el Cambio, alcanzando un compromiso para repartir el poder entre civiles y militares de cara a la transición. En agosto se crearía el Consejo Soberano, órgano compuesto por seis civiles y cinco militares que ejercería de jefatura de Estado, mientras el economista senior de Naciones Unidas, Abdalla Hamdok, fue nombrado por consenso primer ministro. Con este esquema, Sudán iniciaría un proceso que debería conducir a elecciones en 2022.

Un camino difícil

Con el cambio de gobierno llegó una renovación legislativa aperturista que alejaba al país de las tesis más reaccionarias sobre las que Al Bashir había apoyado su régimen. El hasta ahora desconocido Hamdock, aportaba una mirada modernizadora apostando por contar con más mujeres en el poder —dos mujeres forman parte del Consejo Soberano, y cuatro entraron en el gobierno— prohibiendo la Mutilación Genital Femenina, y anulando leyes discriminatorias hacia las mujeres. 

La economía sin embargo sigue arruinada, el pasado 15 de septiembre el país se declaraba en estado de emergencia. Para un estado dependiente del petróleo cuya riqueza fue patrimonializada por Al Bashir y sus élites militares en Jartum, la secesión del Sur, de donde provenía la mayor parte del crudo, conllevó un desastre económico que un cambio de gobierno por sí mismo no está consiguiendo remontar. Las demandas de orden económico fueron un motor importante en las movilizaciones, las dificultades para remontar generan desafección frente al gobierno.

Las inundaciones masivas del pasado octubre, que llevaron a las autoridades a pedir desesperadamente socorro internacional, no han hecho sino exacerbar la situación. Sin embargo, la desastrosa situación económica del país no le va a eximir de tener que pagar indemnizaciones por valor de 335 millones a las víctimas de los atentados de Al Qaeda en 1998, en las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania como parte del acuerdo para la exclusión de la lista negra estadounidense.

Tras el acuerdo se fija la inmunidad penal del actual gobierno que impedirá que deba hacer frente a nuevos juicios e indemnizaciones. La salida de la lista también le habilitará para poder recibir créditos internacionales. A cambio, el acuerdo con Israel, defendido y concretado por la parte militar del gobierno, ha puesto de manifiesto la voluntad de los militares por querer mantener las riendas tomando una decisión impopular para el país. El pasado 24 de noviembre, una delegación israelí visitó por primera vez Sudán para mantener conversaciones con miembros militares del Consejo. El gobierno no estaba al corriente. Miembros del ejecutivo expresaron por  de manera explícita su malestar por este hecho.

La maniobra con Trump no sería la única que genera tensión en Jartum. Por un lado, una nueva base militar rusa se establecerá en el mar Rojo, movimiento que aparentemente reportaría beneficios solo en lo militar para Sudán, en lo que se percibe como un acuerdo liderado por el ejército. Por otro lado, los militares se reunieron con Al Sisi, el autoritario mandatario egipcio, quien apoya a la rama militar del gobierno de transición. De fondo, el conflicto por la etíope Presa del Renacimiento, en el que Sudán ha pasado de una mayor cercanía a Etiopía a posturas más acordes a la egipcias. Además la conflictiva situación en la región Tigray en Etiopía, amenaza con extenderse al país. Mientras Acnur cifra en cincuenta mil las personas etíopes que han cruzado la frontera hacia el país vecino, un choque con soldados etíopes habría acabado con varios efectivos sudaneses muertos el pasado 15 de diciembre. 

Entre régimen y régimen militar, Sudán ha tenido tres periodos democráticos peleados por el pueblo y facilitados por el ejército. El primero (1956-1958), apenas conquistada la independencia, el segundo en 1964-1969 y el tercero en 1986, con el que Al Bashir acabó en 1989 con un golpe de Estado. Ninguno duró más de cinco años. La revolución sudanesa cumple su segundo aniversario con el recuerdo de que lo que el ejército posibilita, muchas veces, el ejército lo arrebata. Hoy se manifiestan para que esto no vuelva a pasar.

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